7/7/10

Fusilamientos en alta mar

"EN EL MAR. 4.30 horas.

Acabo de conciliar el sueño, cuando me despiertan. Ya en cubierta, compruebo que el gran buque de pasajeros está iluminado por potentes focos. De repente, se oyen unos disparos. Y comprendo que Israel se ha decantado por la vía del enfrentamiento brutal. En aguas internacionales.

Transcurrida una hora exactamente, los botes de goma se acercan veloces llenos de soldados enmascarados que inician el abordaje de inmediato. Nos reunimos en el puente de mando. Los soldados se muestran impacientes y quieren que bajemos a cubierta. Alguien se demora y lo atacan con una descarga eléctrica en el brazo. El hombre cae al suelo. Otro hombre que tampoco se movía con celeridad suficiente recibe el impacto de una bala de goma. Y todo esto sucede allí mismo, a mi lado. Es absolutamente real. Personas totalmente inocentes tratadas como animales y castigadas por su lentitud.

Nos agrupan en cubierta. Y allí permaneceremos durante once horas, hasta que el barco atraca en Israel. Los soldados nos filman de vez en cuando, aunque no tienen ningún derecho a ello. Al verme tomando unas notas, uno de los soldados se me acerca enseguida y me pregunta qué escribo. Es la única ocasión en que pierdo los estribos. Le contesto que no es de su incumbencia. Sólo le veo los ojos y no sé lo que está pensando, pero al final da media vuelta y se marcha.

Once horas inmovilizados, amontonados en medio de aquel calor, puede ser un método de tortura. Para ir a orinar, hay que pedir permiso. Galletas, biscotes y manzanas es cuanto nos dan para comer. Tomamos una decisión conjunta: no pedir que nos permitan cocinar. Nos filmarían y lo presentarían como un acto de generosidad por parte de los soldados. Así que nos conformamos con las galletas y los biscotes. Es una humillación sin igual. (Entre tanto, los soldados han sacado los colchones de los camarotes y ahora duermen al fondo de la cubierta de popa).(...)

El ambiente que reina en aquella "sala de recepción de refugiados" es invariablemente caótico y crispado. A cada minuto golpean a uno, amarran a otro, esposan a un tercero. Me repito que, cuando lo cuente, nadie me creerá, pero hay muchos ojos que lo registran todo. Y muchos serán los que deban admitir que es verdad cuanto digo. Los testigos oculares somos multitud.

Un único ejemplo debería bastar. Justo a mi lado, un hombre se niega a dejar sus huellas dactilares. Acepta que lo fotografíen, pero ¿las huellas? No ha cometido ningún delito. Opone resistencia. Y lo golpean hasta que cae al suelo. Luego se lo llevan de allí. Quién sabe adónde. ¿Cómo calificar semejante acción? ¿Repugnante? ¿Inhumana? Elijan libremente. (...)

Al día siguiente, el 2 de junio, oigo el canto del mirlo. Un canto por los que han muerto.

Ahora queda todo lo que debemos hacer para no despistarnos del objetivo: conseguir que se levante el brutal bloqueo de Gaza. Lo conseguiremos.

Detrás de ese objetivo aguardan otros. La desarticulación de un sistema de apartheid lleva tiempo. Aunque no una eternidad." (El País, Domingo, 06/06/2010, p. 2/3)

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