En otras ocasiones, los niños fueron ingresados en el Hospicio Provincial, donde algunos desaparecieron (dijeron a los familiares que habían muerto, pero los fallecimientos no constan en el Registro Civil, ni en el del cementerio, y alguno de esos niños apareció más tarde en otras localidades, donde estaban con familias que no eran la suya); otros murieron, y otros muchos tuvieron que vivir allí toda su infancia y adolescencia, viéndose privados de su vida anterior, de su familia, del cariño y amparo de sus padres y de las posibilidades de desarrollo y formación que tenían antes del golpe de estado.
Acabada le guerra, hubo un importante movimiento migratorio por parte de las mujeres, que marcharon hacia tierras menos inhóspitas para ellas buscando lugares donde no las conocieran, y por tanto no las señalaran; intentando olvidar la cara de los asesinos de sus familiares, con los que tuvieron que convivir obligatoriamente durante los primeros tiempos.
Los hijos de estas mujeres sufrieron desprecios, insultos y agresiones en sus pueblos de origen, y una gran mayoría dejó de asistir a la escuela, bien por esa causa, o por tener que acompañar a sus madres a realizar trabajos (espigadores, acarreadores de agua, machacadores de piedra, mendigos…); este castigo impuesto a sus hijos acabó de destrozar la vida de muchas madres de nuestra provincia.
Las mujeres que por edad, o por falta de posibilidades no pudieron alejarse de sus pueblos, tuvieron que vivir en silencio hasta su muerte. Muchas sabían el lugar donde se hallaban los cuerpos de sus padres, maridos, hermanos, hijos; pero no podían ni acercarse, ni hablar de ello, ni señalar el lugar. Ese ha sido el motivo principal de la pérdida de las fosas: la muerte de las mujeres de la familia, que hacían todo lo posible para saber lo que había ocurrido con los suyos y dónde habían ocurrido los hechos.
Hay casos de valentía extraordinaria: la mujer de Villanueva que una noche se dirige a pie hasta el vecino pueblo de Villardefrades para decirle a una vecina de este pueblo que su marido, desaparecido semanas antes, estaba enterrado junto con los dos hijos de ella en tierras de Urueña; o la esposa de un asesinado de Villabáñez, que custodió en su memoria el lugar donde estaba enterrado su marido, exhumándolo por su cuenta en 1972… (...)
Días después, el novio le contó a mi hijo que la buena señora les había referido una historia tremenda acerca de la bisabuela de mi nuera, mujer que fue paseada y asesinada por falangistas del propio Cabezón cuando tenía 63 años, en unión de otra mujer de 62 años; ni más ni menos que a la bisabuela la conocían en el pueblo como “La Roja”, y “había muerto en la guerra”; y que se decía en el pueblo que “había sacado los ojos a muchos niños…” (represionfranquistavalladolid.org, 24/03/2010)
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