24/4/09

"... las asociaciones judías recomendaron a los supervivientes que se integraran discretamente, que no molestaran con sus historias".

"¿Qué ha pasado, pues, para que el Holocausto haya encontrado por fin sus lectores y espectadores, es decir, sus consumidores? (...)

Jorge Semprún, superviviente de Buchenwald, suele decir que cuando muera el último deportado quedarán sus historias pero se perderá para siempre el recuerdo del olor de los crematorios. (...)

Reyes Mate señala que no se trata sólo de un fenómeno español, sino de una tendencia general. Claro que él mismo subraya que también el olvido fue durante décadas una tendencia general: "Al final de la Segunda Guerra Mundial la consigna fue ésa, olvidar. Y no sólo en Alemania, donde tenían un país por reconstruir, también en Estados Unidos. Allí las asociaciones judías recomendaron a los supervivientes que se integraran discretamente, que no molestaran con sus historias".

Pero todo cambió en los años ochenta. Y el cambio no lo trajo ni la historiografía ni la investigación. Lo trajo la televisión. El interés masivo por el Holocausto nació a la vez que se abría la polémica, que dura hasta hoy, sobre la manera de contarlo en una pantalla. Entre el 16 y el 19 de abril de 1978, 120 millones de personas vieron en Estados Unidos una serie producida por la NBC a partir de una novela de Gerald Green: Holocausto. (...)

"Yo estudié en Alemania en los años sesenta y setenta", relata el propio Reyes Mate, "y allí no se hablaba del Holocausto. Ni siquiera se veían las típicas películas del americano bueno y el nazi malo. La televisión puso el tema en el centro del debate nacional. Opinaba todo el mundo: los taxistas, los periodistas, no sólo los historiadores. Se notaba en la calle".

Algo parecido, aunque más tarde que en Alemania, sucedió en Francia, cuenta Juana Salabert. Sólo con Chirac, en los años noventa, se empezó a hablar de la responsabilidad del Estado en las deportaciones: "Del Estado y de muchos franceses. Hasta entonces todo se había reducido al colaboracionismo de unos pocos". Del silencio de los padres se pasó a las preguntas de los hijos, y de éstas, hoy, a la petición de responsabilidad de los nietos. Salvadas todas las distancias, una relación no muy distinta de la de las diferentes generaciones de españoles con la Guerra Civil. (...)

No obstante, Toran no duda respecto a mostrar la normalidad de los verdugos: "Claro que hay que hablar de ellos. Eran personas normales, no demonios con superpoderes. Otorgarles normalidad es generar antídotos para que no vuelva a suceder. Además, explicar no es justificar". (...)

Reyes Mate abunda en esa opinión recordando la polémica provocada por la película El hundimiento, que cuenta las últimas horas de Hitler en su búnker berlinés: "El cine tiene el peligro de que, por sus propios mecanismos, busca la identificación del espectador con el protagonista, pero hay que correr el riesgo de hablar de la normalidad de los criminales para que no se piense que el genocidio judío fue obra de cuatro locos".

La banalidad del mal, lo llamó Hannah Arendt, que, frente a los que al hablar del horror del Holocausto se refugian en lo inexplicable, fue rotunda: si Auschwitz sobrepasa toda noción de justicia y humanidad habrá que repensar desde cero el derecho y las ciencias humanas. "Cuando sucede lo impensable aparece lo que da que pensar", añade Mate. Ése es para él el potencial del Holocausto para las generaciones futuras: "Lo que queda es tomarse en serio toda esa memoria, pasar de la emoción a la interpretación y pensarlo todo a la luz de lo que ocurrió, no seguir como si no hubiera ocurrido. Todo: la política y la propia idea de progreso, la ética y, por supuesto, el arte". E insiste, explicar no es comprender. "La gran singularidad de la Shoah es que siempre habrá un abismo entre las causas que nos damos y lo que ocurrió. No sólo un abismo moral, también racional. El odio a los judíos no da para matar a un millón de niños".

Tal vez por eso algunos supervivientes valoran, frente al verismo de La lista de Schindler, el absurdo de La vida es bella. Es el caso de Imre Kertész, que reconoció en la atmósfera irreal de la película de Benigni, criticada por teñir de comedia el drama de un campo de exterminio, "una característica esencial" de lo que él vivió en Auschwitz: "El hedor de la carne quemada nos revolvía el estómago y, sin embargo, no podíamos creer que fuera cierto". (El País, ed. Galicia, 19/04/2009, p. 36)

No hay comentarios: