"Miguel tiene seis años cuando es testigo del asesinato
de su padre, Juan Landero. Corre el otoño de 1936.
Cinco falangistas,
comandados por el terrateniente Luis Ramos Pau, aparecen a caballo en la
finca Dehesa La Atalaya de Coria del Río (Sevilla), una zona agrícola
donde familias de jornaleros viven en chozas. Secuestran a Landero, a
decenas de metros detienen el paso. El miedo agarrota a Juana Zamora y
sus cinco hijos, entre ellos Miguel, cuando un disparo quiebra el
silencio. También la nuca de Juan Landero.
El cuerpo, aún tibio, termina
en una fosa. La humilde vivienda arde poco después. La familia Landero
estalla. Miguel Landero Zamora, aquel niño, tiene hoy 84 años. Y acaba
de recuperar los restos de su padre.
Tras el hallazgo
del material óseo el Juzgado Número 1 de Coria ha abierto diligencias
previas que incoará en los próximos días. La tesitura está en si el
magistrado titular se declara competente para abrir investigación por
crimen contra la humanidad o –como es práctica habitual en los juzgados
españoles– sobresee la causa amparándose en la preconstitucional Ley de
Amnistía de 1977, la supuesta prescripción de los delitos o la
imposibilidad de imputar a los presuntos autores debido al tiempo
transcurrido. (...)
"Con seis años vi cómo mataban a mi padre de un tiro en
la cabeza. Nunca le había hecho daño a nadie". Miguel Landero intenta
retener lágrimas que parten de su infancia. "Luis Ramos Pau era dueño de
La Corchuela, El Sequero… le tenía sentenciado", relata. Todo porque un
año antes, "en el 35, fue con un compañero a cobrar un mes que habían
trabajado en la aceituna y les dijeron que para ellos no había nada.
Mi
padre pertenecía a la CNT, era anarquista, y lo denunció en el
sindicato. Era su derecho como trabajador y les tuvo que pagar. Pero
cuando estalló el movimiento vinieron a buscarlo. Era un buen padre, y
un buen hombre, eso siempre me lo han recordado en Coria. Todos los días
–desgarra el testimonio de Miguel– lo recuerdo tirado en el suelo, boca
abajo, con esta parte de atrás de la cabeza levantada".
La muerte de Landero ejemplifica el especial ensañamiento que el terror
fundacional del franquismo practica contra el campesinado andaluz. El poder oligárquico
–económico, militar y eclesiástico– levantado en armas contra el
Gobierno de la Segunda República deja, sólo en la provincia de Sevilla,
más de 13.500 ejecutados y desaparecidos, recoge en el libro Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1963)
el historiador José María García Márquez.
De estos, cita el
investigador José Luis Gutiérrez Molina, un alto porcentaje "aproximado
al 75% eran de clases populares, urbanas y rurales, tanto campesinos
como obreros o proletarios". (...9
"Termina una pesadilla tanto tiempo abierta, una cicatriz sin cerrar en
la vida de mi padre", cuenta María del Carmen Landero, nieta de Juan,
hija de Miguel. Quieren, "pronto, enterrarlo dignamente", cerrar un
trágico bucle iniciado hace casi 78 años. ¿Y los asesinos? La expedición
la formaban el propio Ramos Pau "y otros cuatro, entre ellos uno que le
decían Eduardo Melones y, dicen –recuerda Miguel–, el padre de
alguien muy conocido".
No trascendieron testimonios fiables sobre el
resto de identidades, pero enumera apodos de "gatilleros corianos, como Marcelo, Yoyito o el Naranjita, y muchos más que hicieron barbaridades" en una localidad donde "no hubo guerra" y cuenta 223 asesinados por los golpistas. (...)" (eldiario.es, 16/05/2014)
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