15/6/11

"Cuando ya no quedaron hijos que robar a madres republicanas en las cárceles... el robo continuó...

"El robo de niños fue quizá la fórmula más atroz y menos conocida de la represión franquista. Pese a ello, según denunció el juez Baltasar Garzón en noviembre de 2008, "durante más de sesenta años no ha sido objeto de la más mínima investigación".

A él, como se sabe, tampoco le dejaron hacerlo. La mayoría de estas madres han muerto ya sin haber logrado encontrar a su hijo. (...)

Cuando ya no quedaron hijos que robar a madres republicanas en las cárceles, ni niños que reclamar y redistribuir desde los países a los que habían sido repatriados durante la Guerra Civil, el robo continuó. (...)

La mayoría de las víctimas eran pobres y con pocos recursos. Personas manipulables a las que el miedo había hecho perder la capacidad de protestar. Vulnerables mujeres en camisón que, apabulladas por la palabrería y la imponente presencia de un médico con bata blanca, fueron incapaces de reclamar hasta conseguir que les dejasen ver a aquel bebé suyo que le decían que había fallecido.

Matrimonios que salieron de aquellos hospitales, en los que su hijo había nacido y aparentemente muerto, sin un solo papel y sin un cuerpo que enterrar en el panteón familiar porque en la clínica les convencieron de que "ellos ya se encargaban de todo".

El nuevo objetivo fueron también las jóvenes madres solteras, muchas de ellas forzadas por sus propios padres a deshacerse de sus hijos, contando con la complicidad de monjas y médicos que oportunamente les aseguraron que el bebé había muerto para que no se empeñaran en criarlo. (...)

"Solo quiero que mi hija me conceda cinco minutos de su vida para decirle que la quiero mucho y que me perdone". Inmaculada R. G. solloza esa frase entre lágrimas. Lleva 37 años luchando por recuperar a su hija Alicia, la niña que alumbró en Madrid siendo madre soltera y que le fue arrebatada mediante engaños. Inmaculada sabe quién es, qué apellidos lleva y dónde vive su hija, pero esta se niega a atender sus súplicas, tal vez porque no conoce la verdad de su historia. (...)

"Fui a confesarme con un padre capuchino. Le conté lo que me había pasado y las dudas que tenía sobre qué es lo que debía hacer. El cura me dijo que yo iba a ser una desgraciada por ser madre soltera y que mi hijo o mi hija también iba a ser un desgraciado toda su vida", recuerda Inmaculada.

El sacerdote le recomendó que se pusiera al habla con el Teléfono de la Esperanza, una institución muy ligada a la Iglesia y que actuaba como una especie de Asuntos Sociales.

El Teléfono de la Esperanza, como en otros muchos casos, derivó a la muchacha hacia la Asociación Española para la Protección de la Adopción (AEPA), un ente que también tenía fuertes conexiones con la Iglesia y con el Opus Dei.

Así contactó en julio de 1973 con Amalia F. G., abogada y asesora de la AEPA, que le ofreció una solución a su problema: que nada más dar a luz renunciara a su criatura y la diera en adopción.

La mujer estaba angustiada. Sola y sin explicar su situación a su familia, se marchó de Bilbao y se trasladó a Madrid en septiembre de 1973. La tupida red tejida por la AEPA la encaminó hacia un piso de la calle del Limonero, cerca de la plaza de Castilla. Allí pasó los últimos meses de gestación en compañía de dos venezolanas, cada una de las cuales tenía un hijo pequeño.(...)

Al presentarse los dolores del parto, ingresó en la clínica Nuevo Parque, en la calle de Julián Romea, donde el 18 de noviembre dio a luz a una niña, asistida por el doctor Enrique M. B. "Me durmieron totalmente. Al despertar, pregunté qué había tenido.

Me dijeron que un niño. Cuando me quedé sola en la habitación, me levanté y fui hasta el nido donde estaban las cunitas. Me sorprendió una enfermera, que me preguntó qué hacía allí. Le contesté que buscaba al niño que yo había dado a luz. Y ella me replicó: A tu niño se lo han llevado.

Volví a mi cama y me eché a llorar". A Inmaculada, ahora, al cabo de 37 años, se le vuelven a saltar las lágrimas al echar la vista atrás.

Al poco del alumbramiento, una de aquellas venezolanas con las que compartió el piso de la calle del Limonero le espetó: "¡Cómo que has tenido un niño! ¡Tú has tenido una niña! ¡Que no te engañen! Cuando la han sacado del paritorio la he visto. ¡Es una niña!". Eso agravó su zozobra y empezó a temerse lo peor.

Inmaculada, que además de soltera era hermana del párroco de un pueblo del Cerrato (Palencia), sufrió múltiples presiones para que renunciara a su hija como forma de evitar el escándalo.

Ella dijo que no y que no, pero Amalia, la abogada de la AEPA, la despachó una y otra vez, diciéndole que no se preocupara, que su niña pasaría seis meses con una familia en régimen de "acogida" y que durante ese tiempo tendría tiempo de recuperar al bebé si finalmente ese era su deseo.

Por su parte, la abogada pidió al tocólogo que extendiera un certificado haciendo constar que la madre de la criatura era desconocida, a la vez que esta era inscrita en el Registro Civil con el nombre de Alicia.

De este modo, la niña, aparentemente abandonada, fue entregada a José Luis G. H. y a su esposa, María del Carmen F. A., sin más dilaciones. "Yo jamás firmé ningún documento en el que renunciara a mi hija", replica ahora Inmaculada. (...)

Desesperada por sus frustrados intentos por rescatar a la chiquilla antes de que transcurrieran los seis meses legalmente establecidos para que fuera dada en adopción plena, Inmaculada contrató a un letrado y el 23 de abril de 1974 requirió notarialmente a la abogada Amalia para que le revelase el paradero de la criatura. Pero no obtuvo ningún resultado. (...)

Ante el muro de silencio infranqueable con que tropezaba, contrató al prestigioso abogado Gregorio Peces-Barba, que llegaría a ser presidente de las Cortes en 1982.

Presentó una demanda por supuesta sustracción de la menor, falsedad y prevaricación contra el doctor que la atendió en el parto y la abogada de la AEPA, quienes fueron absueltos el 3 de junio de 1978 por la Audiencia de Madrid al entender este tribunal que no habían cometido ningún delito. (...)

Inmaculada y Rafael (...) contrataron a un detective privado y así consiguieron averiguar dónde vivía la pequeña Alicia (en una lujosa urbanización del extrarradio de Madrid). Hasta supieron a qué guardería iba. Y un día, Inmaculada ideó una estratagema y entró en la guardería para ver el rostro de su hija.

"Inventé una excusa y pregunté a la cuidadora cómo se llamaba aquella niña tan guapa. Me dijo que Alicia. Así vi la cara de mi hija, cuando tenía tres añitos", explica." (El País, Domingo, 29/05/2011, p. 12/3)

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