11/11/10

"Es muy difícil y desesperante apoyar a alguien que no quiere. Es frustrante"


Ramiro Álvarez y sus dos hijos, Luis Ramiro y Diana, en una foto sin fechar del álbum familiar

"Luis Ramiro Álvarez, un delineante de 29 años, consultó la semana pasada Internet en el estudio de ingeniería en el que trabaja. Tecleó en Google el nombre de su padre, de quien no sabía nada desde hacía cuatro años.

Lo encontró en una lista de fallecidos. Averiguó que había muerto seis meses antes en un hospital y que lo habían enterrado en la zona de caridad del cementerio sur al no hallar a su familia. El chico, impresionado, abrió su blog y escribió la historia de su progenitor en un post que tituló así: "Reconocimiento a la muerte de un don nadie". (...)

Luis Ramiro aún recuerda el día que encontró a su padre en un banco de Atocha, rodeado de gente fumando filtros, agarrados a unos cartones de vino como quien se abraza a una religión. Llevaba la camisa llena de lamparones. Se dio cuenta de que su progenitor se había convertido en uno de los muchos indigentes que merodean por la ciudad.

Su declive personal había empezado a principio de los años noventa. Su mujer murió de un ataque al corazón y al año siguiente cerró la fábrica de piezas de coche donde trabajaba. Con 40 años se vio viudo y sin empleo. Nunca más volvió a encontrar un oficio.

El dinero que había cobrado por el despido se fue agotando hasta el punto de no poder afrontar el alquiler de la casa en la que vivía con sus dos hijos, Luis Ramiro y Diana. Mandó a los niños a vivir con sus tíos y él se echó a la calle, a dormir al raso.

No quería la ayuda de nadie. "Es muy difícil y desesperante apoyar a alguien que no quiere. Es frustrante", cuenta Luis Ramiro. La familia le ofreció un piso vacío donde pudiese dormir y ducharse, pero siempre lo rehusó con alguna excusa.

Luis Ramiro se empeñó en hacerle el DNI hace cuatro años. Fue una de las últimas veces que lo vio. Se presentó repeinado y con una camisa blanca con manchas para ir a comisaría, pero no pudo renovar el documento porque le faltaba un papel del padrón.

Ramiro prometió volver al día siguiente pero no lo hizo. Poco después murió su madre, una mujer muy mayor que le daba dinero para tabaco y comida. No fue al entierro. "Creo que no quería que nadie le viese", piensa el hijo.

Nadie sabe qué fue de Ramiro hasta el 12 de junio de este año. Sufrió un paro cardiaco en un albergue de la capital y le atendió el Samur." (El Páis, 11/11/2010)

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