"(...) Sin embargo, la que iba a ser una cárcel modelo acabó desbordada de presas militantes de partidos y sindicatos obreros
por la represión gubernamental que siguió a la insurrección de octubre
de 1934 a la que se sumó después la toma de Madrid por las tropas
franquistas. “Con la rebelión surgida en el bando republicano al final
de la guerra, Ventas se llenó de comunistas. La cárcel se convirtió en un verdadero almacén de reclusas”, tal y como explica el historiador Fernando Hernández Holgado.
Pero la prisión de Ventas, lejos de hacerles cambiar
de pensamiento, aumentó la militancia de las mujeres. “Esta cárcel a lo
largo de los años 40, en su carácter de prisión central o de
cumplimiento de pena -reunía a presas de toda la geografía española- y
dada la gran cantidad de presas concentradas-, se convirtió en una especie de universidad para las reclusas políticas.
Estaban perfectamente organizadas (socialistas, comunistas y
libertarias) y en ocasiones coordinaban sus acciones de protesta y
reivindicación”, comenta Hernández Holgado.
En Ventas todas ellas hicieron un relato que dicho historiador no duda en definir de "prisión militante".
Es decir, los barrotes eran físicos pero no mentales. “La prisión se
constituyó en mejor lugar para seguir reafirmando su creer político
organizativo, identitario o cultural”.
Años negros para las presas
En este período de dura represión franquista las
presas de Ventas tenían que intentar seguir adelante con la zozobra de
poder ser fusiladas en cualquier momento por su militancia. “En los
primeros años de la Ventas franquista, en el 39 y el 40, los
fusilamientos, sobre todo el de Las 13 rosas, causaron una gran conmoción.
Esos fusilamientos, así como las muertes por enfermedad
–en especial de niños-, dejaron una honda huella en su memoria y en su
relato. En Madrid la proporción de mujeres fusiladas fue muy alta: 80 en el lapso de tres años”, rememora dicho experto en Memoria Histórica.
Tal era la situación que nunca antes hubo tantas
mujeres privadas de libertad en la historia de España como en aquel
bienio fundamental. “La media de encarceladas en toda España para el
quinquenio 1930-35 era de 500. Las estadísticas oficiales de finales de
1940 ascendían a algo más de 23.000 aunque sospechamos que había muchas
más sobre todo a lo largo de 1939.
Para diciembre de 1940, según el
padrón, solo en Ventas había más de 1700 presas, a las que habría que
sumar las de la prisión habilitada de Claudio Coello, casi 600. Si sumamos la población de la prisión maternal de San Isidro, unas 200, hablaríamos de cerca de 2500 reclusas en un momento en que ya los centros habían empezado a descongestionarse”, destaca este historiador.
Una cifra que fue más allá de Madrid. “Si añadimos
además el resto de prisiones centrales españolas (Gerona, Santander y
penales del Norte como el de Saturrarán en Guipúzcoa, más las prisiones
provinciales y de partido), es muy posible que la cifra oficial de
23.000 para esa fecha se quede corta”, añade Hernández Holgado.
A esta acumulación de mujeres encarceladas hay que añadir cómo el Régimen franquista se encargó de diferenciar la represión femenina respecto a la masculina
con una saña especial. “En primer lugar pesaba la maternidad en
prisión: el hecho de que entraran mujeres con sus hijos hasta dos años
en la cárcel.
En los primeros años de posguerra, la preocupación
constante por la salud de su hijo o de su hija, acosados por la
enfermedad, el hambre, era una constante. Los testimonios de las
presas políticas remarcan que el sufrimiento mayor era el de las presas
madres que tenían a sus hijos dentro”, destaca el historiador.
Además el Régimen se encargaba de aprovechar los
momentos de alegría que suponía estar dos horas al día junto a sus hijos
menores o de los tres únicos días del año en los que se autorizaba la
entrada en la cárcel -durante buena parte del día- de los niños y niñas
para visitar a sus madres: Reyes y las fiestas de la Virgen del Carmen y de la Merced, patrona de las prisiones para hacer propaganda.
“Unos momentos en los que ellas disfrutaban y reían
junto a sus pequeños y que eran aprovechados para ser inmortalizados en
fotos y que después se usaban a modo de publirreportaje del franquismo.
La cárcel se veía como un sitio en el que las presas y los hijos de
estas no estaban nada mal.”, dice Hernández Holgado. Nada más lejos de
la realidad porque además también se daban casos de bebés robados en los
que las monjas se encargaron de quitar a sus hijos de sus madres para
entregárselos a familias bien.
En segundo lugar el sistema carcelario afectaba y mucho sobre la familia que quedaba fuera. “El que una mujer entraba en prisión solía significar la disolución de la familia”,
explica Hernández Holgado. Otro factor diferencial fue la rígida
disciplina que los agentes religiosos de la prisión (monjas,
capellanes…) llevaban a cabo con ellas. “Una rígida disciplina de
trabajo de costura en labores propias de su sexo, según el modelo de
feminidad doméstica que se pretendía imponer”, añade. “La intención era controladora. Pero la presa política solía subvertirlo”, añade el historiador.
Y es que el Régimen pensaba que en las galeras “la
rectitud iba a hacer que estas mujeres volvieran a los rediles y que no
había mejor manera de hacerlo que a través del personal religioso. “A la
mujer caída, fuera presa política o común, había que redimirla. El
redentorismo de carácter religioso se convirtió en la doctrina penal del
régimen franquista.
La religión aquí -la Iglesia, aliado
sancionador y legitimador de la sublevación de julio de 1946- jugó un
papel fundamental. Por eso no es de extrañar que se organizasen
procesiones en Semana Santa dentro de la Cárcel que eran fotografiadas
por el Régimen para hacer ver después en los periódicos que la prisión
cumplía con su misión salvadora de las mujeres”, explica el historiador.
Por último señalar cómo el franquismo se encargó de
que la rigidez del encierro de las mujeres fuera diferente a la de los
varones. “La cárcel era como una metáfora del hogar. Ninguna mujer salió
a trabajar extra muros de la cárcel (al contrario que los varones)”. Es
decir, los franquistas se comportaron con las mujeres como lo que eran:
como machistas. “Quisieron imponer el modelo de feminidad doméstica que no era nuevo, pero que fue reforzado por el Régimen”.
Historias invisibilizadas, historias en voz alta
La vida de todas aquellas mujeres que pasaron por la
Cárcel de Ventas ha caído, salvo algunas excepciones gracias a sus
reivindicaciones, en el saco del olvido. “Unas mujeres se visibilizaron
más o menos recientemente -las presas políticas que contaron su
testimonio- pero otras muchas quedaron en el olvido estigmatizadas por
su condición de "rojas" y "ex presas".
No era una experiencia que
pudieran valorizarse fácilmente en la calle, a su salida, durante el
franquismo pero también durante las décadas posteriores”, expone
Hernández Holgado.
Sin embargo la invisibilización de sus historias no
es lo único lamentable de la Cárcel de Ventas. La documentación y el
estado de conservación de sus expedientes para rescatarlas del olvido
son una verdadera penuria documental.
“Mucha documentación ha desaparecido. Y la que se
conserva no es de acceso fácil, caso de los expedientes penitenciarios
depositados actualmente en el Archivo del Ministerio del Interior. La
consulta de los mismos debe hacerse nombre a nombre, justificando por
parte del investigador que han transcurrido 25 años desde su muerte para
poder tener acceso a su consulta.
En la petición de reproducción, todos
los otros nombres mencionados en el expediente son tachados en la copia
obtenida. Por último, los investigadores no tenemos acceso a la base de
datos. Todo esto es consecuencia de la priorización de la legislación
de protección del derecho a la intimidad por encima de la de
Patrimonio”, añade el historiador. (...)" (Nuria Coronado, Público, 04/05/19)
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