"El último fue Samir Flores, asesinado ante la puerta
de su casa, instantes después de que amaneciera y luego de que varias
personas, según el relato de su madre, gritaran su nombre, de manera
insistente, en la calle.
Samir era náhuatl y era uno de los líderes más
importantes en la lucha contra el Proyecto Integral Morelos, del que la
termoeléctrica de Huexca no es sino la joya de la corona. Una corona
contra la que Samir, originario de Amalcingo y fundador de la radio
comunitaria Amiltzinko, se oponía desde que fuera anunciada la
construcción del gasoducto que atravesaría, transformaría y violentaría
el territorio de su comunidad.
El penúltimo fue Noé Jiménez, quien el
jueves 17 de enero, sobre la plaza de Amatán, fue baleado, secuestrado y
desaparecido por un grupo paramilitar al servicio del Gobierno
municipal y de la familia Carpio, que en aquella región del país vienen a
ser más o menos lo mismo.
Noé era zoque y además de haber sido uno de los
fundadores del Movimiento por el Bienestar, la Paz y el Bien Común de
Amatán, que exigía el fin de la corrupción gubernamental y denunciaba su
asociación con el crimen organizado —el municipio es un corredor en el
trasiego de personas, drogas y armas—, formaba parte de la Comisión
Política de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala: llevaba, pues,
varias décadas luchando contra concesiones mineras, contra el despojo
agrario y contra la tala indiscriminada de maderas preciosas.
Que quede claro: como Samir Flores, Noé Jiménez, cuyo
cuerpo fue encontrado en las inmediaciones de un basurero, con señas
evidentes de tortura y desfigurado por el ácido con el que lo rociaron
durante los últimos instantes de su vida, era, ante todo, un defensor
del territorio.
Y no hablo de territorio tal y como lo imaginamos los
habitantes de las ciudades ni tampoco en la acepción que a este le
otorga el diccionario: "1. m. Porción de la superficie terrestre
perteneciente a una nación, región, provincia, etc. 2. Terreno. 3. m
Circuito que comprende una jurisdicción, un cometido oficial u otra
función análoga. 4.
Terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o
un hormiguero, donde vive un determinado animal, o un grupo de animales
relacionados por vínculos de familia, y que es defendido frente a la
invasión de otros congéneres".
Hablo del territorio tal y como este era comprendido,
vivido y protegido por Samir y por Noé, tal y como este era
comprendido, vivido y protegido por los más de 200 lideres indígenas,
campesino y comunales que, durante los últimos cinco años, según
Frontline Defenders, han perdido la vida en los diferentes rincones de
México.
Hablo, pues, del territorio como ese espacio físico, pero
también simbólico; donde además de lo tangible (una cosecha, por
ejemplo) se reproduce lo intangible (todo aquello que se imagina y se
sueña alrededor de una cosecha, por ejemplo); donde importa tanto el
futuro como el pasado, y donde la economía no es más que una herramienta
de la política, la cultura y el medio ambiente.
Obviamente, resulta fundamental entender el
territorio de esta manera, para entender el miedo y el odio que los
líderes como Samir y Noé inspiran en los factores reales de poder en
nuestro país —entre los cuales, desgraciadamente y por increíble que nos
parezca, debemos contar, desde hace tiempo, al crimen organizado—.
Y es
que nadie se opone con mayor fuerza y radicalidad a las mineras, a la
agroindustria, al narcotráfico, a los grupos paramilitares y a los
latifundistas de toda la vida, que aquellos que defienden una forma de
habitar el mundo diferente a la que busca imponer el hipercapitalismo.
Un hipercapitalismo que, en México, como en el resto de América Latina,
parece haber llegado a ocupar el sitio del neoliberalismo, a pesar de
que los presidentes, sean estos de derecha o de izquierda, aseveren lo
contrario.
Además de un lugar, defienden lo que sucede, lo que
sucedió y lo que habrá de suceder en tal o cual lugar determinado:
defienden el tiempo. Además del choque entre la visión economicista y la
visión político cultural, asistimos, entonces, al choque entre el mundo
de lo inmediato y un mundo donde el tiempo es todo menos algo asociado a
la caducidad.
Hace unas cuantas semanas, el escritor colombiano
Juan Cárdenas, cuyo país padece la misma epidemia de asesinatos,
secuestros y desapariciones de líderes indígenas, campesinos y comunales
que sufrimos en México, definía, en este mismo diario, el asunto del que hablo aquí,
de manera por demás exacta: "Quienes ordenan estos asesinatos (los de
los líderes territoriales) buscan destruir las ideas, el conocimiento,
la experiencia, en definitiva, el futuro de las comunidades, pues
consideran que la noción misma de territorio, así como sus usos plebeyos
representan un obstáculo que debe ser eliminado".
Quizá, al párrafo escrito por Cárdenas, haría falta
añadirle solamente una dimensión más: aquella que nos hace comprender
que, con el asesinato de los líderes territoriales, no solo se busca
destruir el futuro de las comunidades y, junto con éstas, de nuestros
países, sino que también se busca destruir, destrozar, arrasar y
condenar al olvido nuestro pasado. Asunto, por supuesto, que de ninguna
manera resulta menor, pues es precisamente en ese pasado en donde
arraiga y en donde enraíza la noción de territorio que he intentado
definir aquí.
A fin de cuentas, el territorio que está en disputa
es también el de la memoria. Porque todo territorio es una
manifestación, una forma y una proyección de la memoria. En este
sentido, con el asesinato de los líderes territoriales, los factores de
poder no solo buscan apropiarse de extensiones de tierra para su
explotación inmediata, condenando a millones de personas al trabajo
semiesclavizado, sino que buscan, al mismo tiempo, obligarnos a olvidar.
Los asesinos saben que, con el olvido, comienza la
desintegración del territorio. Por eso su objetivo son los líderes como
Samir y como Noé, quienes son, en suma, los guardianes de la memoria,
del tiempo, de la experiencia, del conocimiento, de la imaginación, de
la riqueza tangible e intangible y del espacio y la vida que componen
nuestros territorios.
La situación resulta bastante transparente: estamos
atestiguando una guerra de aniquilación, dirigida contra los guardianes
de lo que somos, peor aún: de lo que hemos sido y de lo que podemos ser.
El riesgo, sin embargo, lo corremos todos: un día
despertaremos, asustados, tras haber soñado la pesadilla de Primo Levi.
Aquella que el escritor le reveló a Ferdinando Camón: "Cuando estaba en
el campo de concentración, siempre tenía el mismo sueño: soñaba que
regresaba, que volvía con mi familia y les contaba lo que había vivido,
pero no me escuchaban. La persona que tengo enfrente no me hace caso,
luego se da la media vuelta y se marcha".
Resulta urgente empezar, como sociedad, a defender a
quienes nos han estado defendiendo desde siempre, recordar a los que han
sido exterminados y abrazar las ideas por las que murieron." (Emiliano Monge, El País, 02/03/19)
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