23/3/11

El mayor dijo: 'Es culpable'. Eso bastó. Me ordenó escribir la sentencia. Durante una semana estuve hecho un lío... le condenamos a muerte"


Iwao Hakamada, en la última fotografía que existe de él en libertad, en 1966. Se la tomaron en la fábrica de miso en la que trabajaba, en Shimizu (Japón)

"Iwao Hakamada, de 74 años, es la persona que más tiempo lleva en un corredor de la muerte en todo el mundo. En 1968 le culparon de matar a cuatro personas. Muchos piensan que todo fue un montaje de la policía.(...)

No entiendo cómo los otros jueces ignoraron las pruebas. El mayor dijo: 'Es culpable'. Eso bastó. Me ordenó escribir la sentencia. Durante una semana estuve hecho un lío. Redacté 300 páginas y le condenamos a muerte. En un anexo añadí que no estaba de acuerdo, pero me obligaron a callar", recuerda Norimichi Kumamoto, ex magistrado japonés.

El crimen juzgado, el asesinato de cuatro personas de una misma familia en 1966 en Shimizu (Japón). El acusado, Iwao Hakamada, un ex boxeador profesional que lleva proclamando su inocencia desde entonces.

Su destino, la horca. Los magistrados, tres: dos a favor y uno en contra, el más joven, Kumamoto. La prueba de peso, la confesión firmada por Hakamada tras 23 días de interrogatorio: 277 horas frente a 37 minutos de consejos para su defensa.

Iwao Hakamada, de 74 años, es hoy el preso que más tiempo lleva condenado a muerte en todo el mundo, más de 42 años, según Amnistía Internacional. (...)

Encarcelados en solitario, sin comunicación con otros reclusos, en una celda del tamaño de tres tatamis (menos de cinco metros cuadrados) de la que no salen más de 45 minutos diarios, cada amanecer es una tortura psicológica.

Porque la mayor particularidad de la pena de muerte en Japón es que los presos desconocen cuándo serán ejecutados. Se les avisa con una hora de antelación, por la mañana, el mismo día del ahorcamiento, el único método utilizado desde 1873. No hay despedidas ni última cena.

Solo un breve stop frente a un altar budista. Familiares directos y abogados, los únicos que pueden visitar al reo durante su condena, son informados a posteriori de la ejecución. (...)

A principios de los ochenta le llegó el turno al compañero de la celda de al lado de Hakamada. Cuando los guardias se lo llevaron entre chillidos, Iwao empezó a volverse loco. Dejó de escribir cartas a su familia y durante 14 años rechazó las visitas.

"No tengo hermana", decía cuando Hideko Hakamada se acercaba a verle al Centro de Detención de Tokio. A pesar de las negativas, la mujer, ahora de 77 años, siguió yendo una vez al mes a la cárcel, (...)

Cuando Hideko retomó los encuentros con su hermano, el preso estaba quebrado. Sus charlas carecen hoy de sentido. "¡Estoy construyendo un castillo!", exclamó el pasado agosto. Ella le siguió la corriente: "Me alegro. Ojalá lo termines a tiempo".

"Hace 39 años cometí una grave equivocación", escribió el ex juez Kumamoto en un libro en 2007, dinamitando un largo silencio. Dejaba atrás el secreto, el alcohol, el sentimiento de culpa y lo que perdió: su carrera, sus dos mujeres, sus dos hijas. Sus palabras impactaron a la sociedad. (...)

Hace años, cuenta con un hilo de voz, pidió perdón a la madre y la hermana del condenado Iwao. Se tiró al suelo, arrodillado, agachando la cabeza a los pies de las dos mujeres. Ellas aceptaron el gesto, el mayor en el grado de arrepentimiento según las costumbres. "No dejes que lo asesinen", le dijo la madre.

"El Gobierno simplemente está esperando a que Hakamada muera, sin matarlo", piensa Nobuto Hosaka, un parlamentario socialdemócrata que nos recibe en su destartalada oficina alejada del centro de Tokio. (...)

La policía japonesa sigue teniendo un poder desproporcionado. La ley le permite retener a cualquier sospechoso durante 23 días en los daiyo kangoku, celdas dentro de las comisarías donde se realizan interrogatorios sin límite temporal, sin abogado y sin la garantía de una cámara que grabe todo. La federación que une a los abogados del país lleva años denunciando el método, que, dicen, favorece las confesiones falsas.

Naciones Unidas, Amnistía Internacional y la Federación Internacional para los Derechos Humanos les dan la razón y han divulgado duros informes al respecto, en los que mencionan a Hakamada. Según indican, fue víctima del sistema coercitivo.

En el testimonio que firmó el 9 de septiembre de 1966, el ex boxeador se autoinculpa del robo, la matanza y el incendio. Asegura, entre otras cosas, ir vestido con el pijama al cometer el crimen. Reconoce también haber apuñalado a sus víctimas con un (frágil) cuchillo de pelar las alubias de soja.

Cuando se admite un crimen en Japón, el acusado puede darse por sentenciado. Si se trata de un asesinato múltiple o de uno con violación y robo, los jueces -y desde 2009 también los jurados populares- lo condenarán a muerte con seguridad. En un apabullante 99,7% de los casos, el veredicto judicial dictará la culpabilidad. (...)

"El problema también son los jueces, no solo los fiscales o la policía. Creen que de los interrogatorios sale la verdad. Piensan que nunca ascenderán si dictan la inocencia". Una presión a la que cedieron los magistrados Ishii y Takami, los dos ex compañeros del juez arrepentido en el caso Hakamada.

El acusado, como sucede con una mayoría de japoneses hoy, no tenía ni idea de esos porcentajes tan desfavorables. Creyó a la policía y al fiscal cuando le prometieron, tras más de tres semanas de palizas, que firmara la acusación, que no se preocupara porque en el juicio, si era inocente, se sabría. Un agente escribió lo que querían oír, y Hakamada, extenuado, estampó sus huellas.

En 1967, durante la celebración de la vista, un especialista de laboratorio testificó que la gota de sangre encontrada en el pijama de Iwao era insuficiente para ser analizada. La prueba que había servido para detenerle durante 23 días se desechó.

Pero el fiscal, que bajo la ley japonesa no está obligado a mostrar todas las evidencias, presentó unas nuevas. La policía, dijo, había encontrado seis prendas de Iwao manchadas de sangre dentro de un tanque en la fábrica de miso. El acusado no reconoció la ropa como suya.

Kumamoto, el juez arrepentido, recuerda que montó en cólera. "¿Por qué hay más sangre en los calzoncillos que en los pantalones? ¡Debería ser al revés!", preguntaba a sus compañeros. Pero Ishii y Takami ya habían decidido. Confesó, recordaron. Mintió en lo del pijama, pero el resto que firmó es cierto, afirmaron.

Cometió el crimen con el pantalón que ahora está manchado de sangre, insistieron. Es culpable, zanjó Ishii, que ordenó a Kumamoto redactar la sentencia. El 11 de septiembre de 1968, dos años después de su detención, Hakamada fue condenado a la horca. "No pude mirarle", recuerda el ex juez en el restaurante de Fukuoka. Un año después, cuenta, renunció a su carrera. (...)

Cuando el abogado de Hakamada apeló, en 1976, la Corte Suprema de Tokio pidió al preso que se probara los pantalones manchados de sangre y miso. Curiosamente, no eran de su talla: "No soy el asesino", repetía. Dio lo mismo.

"Han encogido por culpa del miso o el señor Hakamada ha engordado en la cárcel", razonaron los jueces. "Confesó el crimen", recordaron. Y confirmaron la condena. En paralelo, el ya ex juez Kumamoto, inundado por el sentimiento de culpa, entró en un proceso de autodestrucción. "Jamás dije nada a mi familia", reconoce ahora.

Obsesionado, viajó hasta Shimizu para investigar por su cuenta. Compró ropa similar a la encontrada en el miso y la metió en los barriles, y se ensañó a cuchilladas con un trozo de carne de animal.

Vio que la tela no encogía, se volvía oscura y la sangre no se distinguía. Y los cuchillos, enclenques, no soportaron la cantidad de puñaladas acaecidas en el crimen. Anónimamente envió la información al abogado de Hakamada." (El País Semanal, 23/01/2011, p. 32 ss.)

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