"Violaciones en grupo de mujeres francesas, sexo en lugares públicos
ante los niños… Algunos de los soldados norteamericanos que participaron
en el desembarco estaban convencidos de que las francesas eran chicas fáciles. El alto mando estadounidense les había vendido el D-Day
como una aventura erótica. Casi la mitad de los acusados por violación
fueron ahorcados en público por las autoridades militares
norteamericanas. De ellos, la mayoría eran negros.
Los medios de comunicación franceses llevan semanas preparando el 70º aniversario del desembarco en Normandía, del inicio del fin del dominio nazi sobre territorio europeo.
Las televisiones, los periódicos, los semanarios o las radios compiten
en proporcionar los detalles históricos más interesantes, en encontrar
los ángulos más originales o menos conocidos. Pero la mayoría de ellos
han vuelto a silenciar uno de los capítulos más horrendos protagonizados por una minoría de los liberadores norteamericanos: la violación de cientos de mujeres francesas, algunas, menores de edad.
Durante
décadas, Estados Unidos y Francia han cerrado los ojos ante unos hechos
que han marcado y seguirán haciéndolo a las familias de las víctimas,
que deben hacer esfuerzos para comprender que los criminales que
atacaron a sus madres, novias o primas eran sólo una pequeña parte de los cientos de miles de G.I. (soldados) que tomaron parte en la guerra contra Hitler en Francia y el resto de Europa.
Para esas mujeres y sus familias, El día más largo
no es el título de una de las películas que recrean las gestas de los
soldados de Eisenhower, sino la jornada que ha marcado sus vidas desde
entonces. De junio de 1944 a junio de 1945, los tribunales militares
norteamericanos instalados en territorio francés juzgaron a 139 soldados por este delito.
De ellos, 68 fueron condenados a cadena perpetua y 22 a pena de muerte.
La cifra puede parecer pequeña, pero son recuentos oficiales y no
recogen más que el período de un año. Por supuesto, los historiadores
añaden que muchas otras víctimas nunca presentaron una denuncia.
Si la historia negra de los soldados Ryan ha empezado a conocerse hace poco es gracias a dos historiadores norteamericanos,
Robert Lilly y Mary-Louise Roberts que, cada uno por su lado, han
escrito los libros que muchos no han querido ni querrán leer, tanto en
su país, como en Francia. Las pocas informaciones que se han publicado
estos días sobre estos hechos están sacadas de sus obras: La face
caché de los GI’s. Les viols commis par des soldats americains en
France, en Angletere et en Allemage, pendant la Second Guerre Mondial, publicada por el sociólogo y criminólogo Lilly en 2003, en Francia, y What soldiers do: Sex and the American G.I. in World War Two France, 1944-1946, la obra de la historiadora Roberts, publicada en 2013.
“Francia, un gran burdel, mujeres fáciles”
Para
esta profesora de la Universidad de Wisconsin, existieron violaciones
en todas las ciudades donde los soldados norteamericanos estaban
estacionados: Reims, Cherburgo, Brest, Le Havre, Caen… El primer crimen
sexual contabilizado tiene lugar sólo dos meses después del Desembarco.
Como explica Lilly, los protagonistas de las violaciones no eran
combatientes de primera línea, sino miembros de unidades de apoyo logístico.
La explicación parece simple: los soldados que no participaban
directamente en los combates tenían más tiempo libre y estaban sujetos a
una menor disciplina una vez la jornada de trabajo había concluido.
Que Estados Unidos haya pasado por alto este macabro capítulo de su historia militar no puede sorprender a nadie. El softpower de Washington, con el arma de Hollywood a la cabeza, ha utilizado la II Guerra Mundial en aras del culto patriótico. La buena guerra,
en comparación a la menos gloriosa contienda de Corea o a la humillante
derrota de Vietnam, ha sido explicada y explotada desde el punto de
vista norteamericano para consumo interno y propaganda hacia el
exterior. Las hazañas bélicas de los violadores, contrabandistas,
estafadores o traficantes de droga de la US Army no tenían cabida en los
guiones cinematográficos, en las tramas de las novelas y, ni siquiera,
en los libros de historia.
El verdugo de Texas, especialista en soga
Lilly y
Roberts explican los clichés que el imaginario norteamericano había
impregnado en los cerebros de sus combatientes. Francia era presentada
en la revista militar Stars and Stripes (Barras y Estrellas) como una gran casa de putas, un país erotizado y cuyas mujeres eran “bellas, acogedoras y demostrativas”. Unos estereotipos que se habían generado ya entre los veteranos de la Guerra del 14-18, cuyas exageradas aventuras eróticas en Francia fueron pasando de generación en generación.
Sin
duda, los norteamericanos que atravesaban los pueblos y ciudades
francesas no estaban acostumbrados a recibir besos y abrazos de las
mujeres que veían en ellos a sus liberadores. Basta observar la actitud
de los soldados en los documentos de la época. Los historiadores señalan
que, en su mayoría, el contingente militar estaba compuesto por
soldados que, en palabras de Lilly, no eran “la crême de la crême”. En
la mente de los violadores de guerra en Francia no se trataba de humillar a las mujeres de un enemigo ni de castigar a un pueblo resistente al invasor. La violación era, más bien, una recompensa.
Entre los soldados juzgados y los condenados a la horca por
violación, una mayoría eran negros. Lilly escribe también que el racismo
imperante entonces en Estados Unidos se reflejaba en las decisiones de
los tribunales militares. Por el mismo delito, un soldado negro siempre
era condenado con más dureza. Además, cuando la denunciante acusaba a un
blanco, normalmente la investigación era más rigurosa.
Entre 1944
y 1945, 29 soldados fueron ejecutados en público por delito de
violación. 25 eran negros. Mary-Louise Roberts señala que como en
Francia sólo se utilizaba el sistema de la guillotina, el ejército USA hizo venir a un verdugo de Texas,
especialista en ahorcamiento. El ejército funcionaba, según la
profesora, como una extensión del sistema de segregación en vigor en los
estados sudistas. Fue el propio General Eisenhower quien ordenó que las
ejecuciones fueran públicas, en el lugar de los hechos y con la
asistencia de las víctimas, sus familiares y vecinos. Buscaba así calmar la onda de
protestas que empezaron a inundar la prensa de la época. Una mancha que
no podía permitir que se extendiera a todos los miembros de la llamada
“greatest generation”.
“Franceses cornudos y cobardes”
Francia tampoco tenía mucho interés en airear los crímenes algunos de sus salvadores. De Gaulle, privado de protagonismo en el D-Day,
y sus aliados comunistas, más tarde, prefirieron dedicarse a reescribir
la historia juntos y a inventar un pueblo resistente que combatió al
lado de sus liberadores. En el D-Day sólo tomaron parte unas decenas de franceses.
En Francia no es tampoco agradable recordar los estereotipos que los
soldados estadounidenses tenían sobre los varones franceses: cornudos,
afeminados, nerviosos, irritables, cobardes, incapaces de defender su
tierra y controlar a sus mujeres.
La Libération echó el velo sobre este capítulo de la historia y sobre otro también doloroso. El bombardeo amigo, las bombas arrojadas por los aliados para debilitar las defensas nazis
que provocaron la muerte a 60.000 personas entre 1940 y 1944. Caen, Le
Havre, Billancourt, Saint-Etienne, Brest o Royan sorprenden al
visitante por tener barrios enteros cuya arquitectura difiere
completamente del resto de la ciudad. Es la reconstrucción que oculta
las cicatrices de una táctica militar de una época en la que la vida de
los civiles extranjeros tenía poca consideración.
Muchas familias
francesas no participan de los festejos de estos días; no encuentran
ninguna gracia a la pleitesía reservada por los medios de comunicación a
la Reina de Inglaterra, a Barack Obama o a otros representantes de
países que participaron en el Desembarco de Normandía. Para ellos, para
las familiares de las víctimas, nunca sirvió de nada celebrar la
liberación de un cadáver." (Luis Rivas, El Mundo, 06/06/14)
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