25/3/10

"Al oír el primer disparo ya supe que mataban a mi marido"

"Nicolás no tiene padre. Lo mataron hace un año. Él lo vio. Unos hombres encapuchados se bajaron de una camioneta y le dispararon cuatro tiros delante de él y de su hermana Julia, que no se dio cuenta de nada porque entonces apenas tenía seis meses, pero Nicolás sí se percató de todo. A sus cinco años recién cumplidos, Nicolás vio a su padre desplomarse en la puerta de su casa, en medio de un charco de sangre, y a su madre llegar gritando su nombre desde la tienda de la esquina: "Nada más oír el primer disparo ya sabía que estaban matando a mi marido. No me pregunte usted por qué".

Nicolás se convirtió aquel día en uno de los 10.000 huérfanos de Ciudad Juárez. Su padre, en uno de los 5.000 asesinados. Su madre, en una más de los 200.000 juarenses que decidieron poner tierra de por medio desde que, hace tres años, comenzara esta guerra sin cuartel entre las autoridades y los carteles de la droga, todos contra todos, una refriega diaria que ya le ha costado a México más de 18.000 vidas y a Ciudad Juárez un horror diario, un desprestigio infinito.

Situada en medio del desierto de Chihuahua, en la línea que separa México de Estados Unidos, la antiguamente llamada Paso del Norte se convirtió a partir de los años ochenta en el símbolo del progreso. Aquí fueron llegando, a razón de 100.000 por año, riadas de hombres y de mujeres jóvenes, sobre todo mujeres, atraídas por el trabajo seguro de las empresas manufactureras. Alrededor de la ciudad azotada por el desierto -calor de día, frío de noche-, fueron surgiendo barrios levantados con cartón y latas, sin agua corriente ni saneamiento, sin asfalto ni luz ni escuelas, pero sí con niños, cada vez con más niños, hijos de padres demasiado jóvenes y demasiado ocupados. Niños que, apenas podían sostenerse en pie, eran abandonados a su suerte durante jornadas enteras, atados en algunos casos a las patas de las camas hasta que sus madres regresaban de la maquiladora.

Hubo gente, como los sociólogos Hugo y Teresa Almada, que ya desde entonces reclamaron a los sucesivos Gobiernos que pusieran atención al problema, que utilizaran el dinero que corría a espuertas para construir guarderías, colegios, bibliotecas, canchas deportivas. Nadie les hizo caso.

Corrían felices tiempos de abundancia y los narcotraficantes, que utilizaban la privilegiada situación geográfica de Juárez para surtir de marihuana y cocaína a los Estados Unidos, aún no habían sido convertidos en enemigos públicos. Muy al contrario. Se paseaban por la ciudad en sus lujosas camionetas del año, gozaban del favor de las prostitutas de lujo, de los cantantes de corridos y, por supuesto, de los políticos. No necesitaban muchos sicarios para proteger sus cargamentos. Para eso ya estaba la policía. (...)

Tanto José Reyes Ferriz como Monte Alejandro Rubido coinciden en que la actual situación de Ciudad Juárez es consecuencia de dos desgraciadas circunstancias que confluyeron en un mismo punto: la degradación del tejido social de Ciudad Juárez -aquellos niños abandonados por sus padres crecieron e hicieron de las pandillas sus nuevas familias- y la lucha de dos poderosos carteles de la droga por el control de la plaza. "Juárez", explica Alejandro Rubido, "siempre estuvo controlada por el cartel de Juárez, el cartel de los Carrillo, y ahora se está disputando la plaza con el cartel de Sinaloa, el cartel de El Chapo Guzmán. Ambos carteles están utilizando a las más de 450 pandillas que hay en la ciudad y que giran alrededor de dos grandes grupos, Los Aztecas, que trabajan para los Carrillo, y los Artistas Asesinos, que trabajan para El Chapo Guzmán [el mítico capo al que la revista Forbes lleva dos años situando entre los hombres más ricos del mundo]. "Al principio", continúa el subsecretario de Seguridad Pública, "los utilizaban principalmente para que hicieran de narcomenudistas, pero ahora los emplean como sicarios. Nos estamos dando cuenta de que los muertos y los detenidos son cada vez muchachos de menor edad". (El País, ed. Galicia, internacional, 21/03/2010, p. 4)

"Antes" explica, "había en la ciudad 1.600 policías, muchos de ellos a sueldo del narco, y ahora hay 11.000, todos con la prueba de confianza superada. Ciudad Juárez se ha convertido en una plaza muy difícil para los carteles de la droga. Ya su interés no es pasar los cargamentos hacia Estados Unidos, sino vender aquí su droga. Para eso utilizan a las bandas de muchachos. Muchos son de aquí. Pero otros vienen deportados de Estados Unidos. Hasta ahora, los norteamericanos deportaban a 100.000 personas al año por Juárez. Un 7% era gente que había estado en las cárceles del otro lado y que había tomado contacto con Los Aztecas o cualquier otro grupo. Delincuentes peligrosos que, nada más llegar, se convertían en sicarios. Al menos ya he conseguido que EE UU dejé de enviar criminales a Ciudad Juárez". (El País, ed. Galicia, intrnacional, 21/03/2010, p. 5)

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