2/5/12

Los tres niños supervivientes fueron maltratados, obligados a beber ricino, y al mayor, de trece años, le llegaron a hacer un simulacro de fusilamiento. Los hijos de las víctimas quedaron marcados para siempre, Tuvieron que abandonar la escuela a causa de las humillaciones, malos tratos y abusos que sufrían, y fueron perseguidos sin cuartel, hasta el punto de que no se atrevían a salir de casa. Los que no pudieron salir del pueblo estuvieron vigilados hasta que fueron adultos, y algunos, obligados a comunicar a la guardia civil cualquier desplazamiento hasta los años 60

"Urueña, localidad de la provincia de Valladolid, tenía en el año 1936 en torno a 300 habitantes. En el año 1.933, la Sociedad Obrera Agrícola, afecta a la UGT, tenía 103 asociados en dicha localidad

Matías Vallecillo Ramos, 56 años, labrador con tierras propias y de ideas socialistas tenía arrendada una panera, propiedad de un señor que falleció. En esta panera se fundó el Centro Obrero, una Casa del Pueblo de Urueña, donde se estableció la Sociedad Agrícola. Los herederos del propietario estaban en contra de esta utilización, lo que dio lugar a enfrentamientos que culminaron cuando los herederos tirotearon el domicilio de Matías. 

Este hecho, sucedido en 1933, acabó en los tribunales, pero estaría presente en 1936. Matías vería como el Centro Obrero se convertiría en improvisada cárcel, desde donde su hijo del mismo nombre y dos de sus sobrinos, todos ellos menores, serían paseados. (...)

 A pesar de que en el pueblo, como en toda España, existía una clara división política, nadie podía sospechar que las consecuencias del golpe de estado del 36 alcanzasen la magnitud increíble que sufrieron en el pueblo: 28 asesinados, entre ellos 6 mujeres; una de ellas había dado a luz dos mellizos y estaba todavía en cama, recuperándose del parto; otra era una anciana cuyo delito fue (como en otros casos investigados en la provincia) ser madre del alcalde salido de las urnas; familias diezmadas, adolescentes... además, los represaliados: mujeres rapadas al cero y vejadas, hombres encarcelados durante años, embargos, requisas, robos y rapiñas... (...)

Fue el domingo 19 cuando las primeras patrullas de falangistas, acompañados por guardias civiles armados, entraron en Urueña. El primero en verlos llegar fue precisamente un concejal, Olegario Negro Vallejo, quien se dirigía a primera hora de la mañana a regar unas tierras cuando se encontró con un camión lleno de gente armada que se dirigía al pueblo. Los atacantes lo detuvieron y lo llevaron con ellos hasta la plaza del pueblo, en la que entraron disparando.

De inmediato se produjeron reuniones entre los sublevados y las gentes de derechas de Urueña, y de ese contacto salieron las órdenes de detención para decenas de vecinos, que fueron sacados de sus casas y retenidos en la panera, una construcción aneja a la plaza del Corro, conocida como “el Centro”.

El ataque sorprendió a la mayoría de los vecinos descansando, por lo que no hubo reacciones defensivas de ningún tipo. La primera medida de los golpistas, tras tomar posesión del ayuntamiento, fue obligar a entregar cualquier tipo de arma que estuviera en poder de los vecinos, que tenían en su poder algunas escopetas de caza.

Ante las noticias de lo que estaba ocurriendo, el alcalde Olivio Ramos junto con su hermano Juan Luis y otro vecino llamado Arturo Barrios escaparon del pueblo y se refugiaron en los montes aledaños, donde se encontraron con un guarda de monte y mantuvieron un enfrentamiento que tuvo como resultado la muerte de guarda.

Algunos detenidos fueron conducidos hacia el puesto de la guardia civil de Mota del Marqués, posiblemente para ser interrogados, mientras se iba formando en el Centro un gran grupo de hombres, mujeres y adolescentes cuyos familiares iban hasta el edificio para intentar verlos y hacerles llegar comida, lo que lograban a través de los agujeros de las carpinterías. (...)

La primera saca se produjo durante la noche del miércoles 12 de agosto. Los guardianes sacaron a seis vecinos, les ataron las manos y los obligaron a subir a un camión. Después fueron conducidas hacia el pueblo de San Cebrián de Mazote, los obligaron a bajar en una zona de los alrededores de San Cebrián y los tirotearon. 

Más tarde fueron enterrados en esa misma zona, posiblemente en la linde de unas zonas de labor, tal como dicen los testigos, aunque los cuerpos nunca fueron encontrados. (...)

Los cuerpos quedaron a la vista de los viandantes, y fueron reconocidos por una mujer de Urueña, llamada Manuela, que estaba sirviendo en Medina de Rioseco en casa de un médico llamado Cirilo fue quien se encargó de informar a los familiares de las víctimas, tanto del suceso como de la localización de los cadáveres.

Parece ser que fue un guarda de monte quien se encargó de enterrarlos y lo que es seguro es que durante años, la fosa fue visitada por los parientes, aunque pasados los años y a causa de las variaciones en las lindes, el lugar se haya perdido.

Esa misma noche, según relatan los testigos, los detenidos en el Centro, temiendo lo peor, fueron arrojando a la calle sus más valiosas pertenencias, como relojes y otros efectos personales que sus familiares recogían.
El día siguiente, 13 de agosto, y cuando el horror producido por la saca del día anterior estaba en su apogeo, los asesinos sacaron a 19 de los detenidos en dos tandas y los mataron. (...)

Unas horas más tarde, hacia el medio día, a plena luz y en el centro del pueblo, tenía lugar la más terrible de las sacas: a manos de un grupo de falangistas armados, entre los que había vecinos de Urueña, trece personas fueron obligadas a subir al camión con las manos atadas. 

Esta vez entre los vecinos iban seis mujeres entre las que se encontraban las madres de los tres hombres huidos: el alcalde Olivio Ramos Montero, su hermano y Arturo del Barrio, a quienes no habían podido capturar. Se cumplía así la más vil y mezquina de las directrices golpistas, aquella nunca escrita que instaba a atacar a las madres de sus oponentes políticos para forzar su entrega.
 
Estas trece personas fueron asesinadas en los alrededores de la localidad de Villabrágima, en las cercanías de un pozo. Los vecinos del pueblo pudieron ver claramente a las víctimas, ya que a diferencia de las anteriores sacas, el camión de la muerte era descubierto. 

Todavía a fecha de hoy, los testigos recuerdan a aquellas mujeres, algunas muy mayores, vestidas de negro; cuentan que lloraban, y que alguna presentaba heridas importantes.

Como en los sucesos anteriores, las víctimas fueron obligadas a bajarse del camión. La situación de pánico era tal que no se tenían en pie, por lo que se sentaron en el borde de la carretera mientras esperaban su fusilamiento. Esta escena espantosa ha sido relatada de igual forma por varios testigos de la época, quienes no han podido olvidarla. (...)

Además de los asesinados en estas tres sacas, hubo otras víctimas, como el alcalde Olivio Ramos Montero, quien fue finalmente capturado y conducido a la cárcel de Toro. Esto ocurrió el día 14 de septiembre. El alcalde, hombre cultivado y que había viajado mucho, había resistido en campo abierto casi dos meses.

En la mañana del día 15, Olivio Ramos apareció ahorcado en su celda. Fue enterrado en Toro. Su padre, que fue a reconocer el cuerpo, contó que estaba agotado y enflaquecido, con unas barbas largas y enredadas y los pies cubiertos por pieles de conejo sin curtir.
Su hermano Juan Luis, que había logrado llegar a Madrid, fue capturado más tarde.

Por fin lo fusilaron en Valladolid, en San Isidro, en el año 1941. Como se ve, esta familia fue prácticamente exterminada, pues la madre y hermana de ambos habían sido paseadas.
 
En Urueña actuó una patrulla de falangistas desconocidos, comandados por un asturiano sanguinario y feroz; con esta patrulla actuaron desde el primer momento codo con codo varios vecinos de Urueña, derechistas unos, asesinos y delincuentes otros, que colaboraron en la elaboración de las listas de víctimas, en las detenciones, malos tratos y asesinatos de sus propios vecinos y vecinas. 

Alguno de ellos tenía cuentas pendientes con los dirigentes del Centro Obrero, cuentas que se saldaron con asesinatos.

El cura del pueblo, llamado Dionisio, no aceptaba de ninguna manera los asesinatos y se llegó a encarar con los asesinos, que lo agredieron y lo arrojaron por unas escaleras. Tampoco el nuevo alcalde, nombrado por los golpistas, aceptó la lista de los vecinos señalados para morir, aunque su protesta no sirvió de nada. La única autoridad reconocida era la guardia civil, con quien los agresores actuaron de acuerdo.

Tras las sacas se produjeron requisas y robos descarados. Los grupos entraban en las casas de la gente con las armas en la mano y revolvían los enseres con la excusa de realizar registros en busca de armas.

 A su capricho destrozaban todo y se llevaban lo que les apetecía. Tan graves fueron los saqueos que años más tarde se produjeron juicios contra los saqueadores.

A la familia del alcalde le quitaron las tierras, los animales, la cosecha y todos los objetos, desde los más valiosos hasta las ropas. La casa quedó desmantelada y los tres niños supervivientes fueron maltratados, obligados a beber ricino, y al mayor, de trece años, le llegaron a hacer un simulacro de fusilamiento.

Se produjeron también cortes de pelo a mujeres y abusos sobre los familiares de las víctimas, que intentaron escapar del pueblo y se marcharon en cuanto tuvieron oportunidad.

Tuvieron que abandonar la escuela a causa de las humillaciones, malos tratos y abusos que sufrían, y fueron perseguidos sin cuartel, hasta el punto de que no se atrevían a salir de casa. 

Los que no pudieron salir del pueblo estuvieron vigilados hasta que fueron adultos, y algunos, obligados a comunicar a la guardia civil cualquier desplazamiento hasta los años 60."              (wwwrepresionfranquistavalladolid.org, 29/04/2012)

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