"Urueña, localidad de la provincia de Valladolid, tenía en el año
1936 en torno a 300 habitantes. En el año 1.933, la Sociedad Obrera
Agrícola, afecta a la UGT, tenía 103 asociados en dicha localidad
Matías Vallecillo Ramos, 56 años, labrador con tierras propias y de
ideas socialistas tenía arrendada una panera, propiedad de un señor que
falleció. En esta panera se fundó el Centro Obrero, una Casa del Pueblo
de Urueña, donde se estableció la Sociedad Agrícola. Los herederos del
propietario estaban en contra de esta utilización, lo que dio lugar a
enfrentamientos que culminaron cuando los herederos tirotearon el
domicilio de Matías.
Este hecho, sucedido en 1933, acabó en los
tribunales, pero estaría presente en 1936. Matías vería como el Centro
Obrero se convertiría en improvisada cárcel, desde donde su hijo del
mismo nombre y dos de sus sobrinos, todos ellos menores, serían
paseados. (...)
A pesar de que en el pueblo, como en toda España, existía una clara
división política, nadie podía sospechar que las consecuencias del golpe
de estado del 36 alcanzasen la magnitud increíble que sufrieron en el
pueblo: 28 asesinados, entre ellos 6 mujeres; una de ellas había dado a
luz dos mellizos y estaba todavía en cama, recuperándose del parto; otra
era una anciana cuyo delito fue (como en otros casos investigados en la
provincia) ser madre del alcalde salido de las urnas; familias
diezmadas, adolescentes... además, los represaliados: mujeres rapadas al
cero y vejadas, hombres encarcelados durante años, embargos, requisas,
robos y rapiñas... (...)
Fue el domingo 19 cuando las primeras patrullas de falangistas,
acompañados por guardias civiles armados, entraron en Urueña. El primero
en verlos llegar fue precisamente un concejal, Olegario Negro Vallejo,
quien se dirigía a primera hora de la mañana a regar unas tierras cuando
se encontró con un camión lleno de gente armada que se dirigía al
pueblo. Los atacantes lo detuvieron y lo llevaron con ellos hasta la
plaza del pueblo, en la que entraron disparando.
De inmediato se produjeron reuniones entre los sublevados y las
gentes de derechas de Urueña, y de ese contacto salieron las órdenes de
detención para decenas de vecinos, que fueron sacados de sus casas y
retenidos en la panera, una construcción aneja a la plaza del Corro,
conocida como “el Centro”.
El ataque sorprendió a la mayoría de los vecinos descansando, por lo
que no hubo reacciones defensivas de ningún tipo. La primera medida de
los golpistas, tras tomar posesión del ayuntamiento, fue obligar a
entregar cualquier tipo de arma que estuviera en poder de los vecinos,
que tenían en su poder algunas escopetas de caza.
Ante las noticias de lo que estaba ocurriendo, el alcalde Olivio
Ramos junto con su hermano Juan Luis y otro vecino llamado Arturo
Barrios escaparon del pueblo y se refugiaron en los montes aledaños,
donde se encontraron con un guarda de monte y mantuvieron un
enfrentamiento que tuvo como resultado la muerte de guarda.
Algunos detenidos fueron conducidos hacia el puesto de la guardia
civil de Mota del Marqués, posiblemente para ser interrogados, mientras
se iba formando en el Centro un gran grupo de hombres, mujeres y
adolescentes cuyos familiares iban hasta el edificio para intentar
verlos y hacerles llegar comida, lo que lograban a través de los
agujeros de las carpinterías. (...)
La primera saca se produjo durante la noche del miércoles 12 de agosto.
Los guardianes sacaron a seis vecinos, les ataron las manos y los
obligaron a subir a un camión. Después fueron conducidas hacia el pueblo
de San Cebrián de Mazote, los obligaron a bajar en una zona de los
alrededores de San Cebrián y los tirotearon.
Más tarde fueron enterrados
en esa misma zona, posiblemente en la linde de unas zonas de labor, tal
como dicen los testigos, aunque los cuerpos nunca fueron encontrados. (...)
Los cuerpos quedaron a la vista de los viandantes, y fueron
reconocidos por una mujer de Urueña, llamada Manuela, que estaba
sirviendo en Medina de Rioseco en casa de un médico llamado Cirilo fue
quien se encargó de informar a los familiares de las víctimas, tanto del
suceso como de la localización de los cadáveres.
Parece ser que fue un
guarda de monte quien se encargó de enterrarlos y lo que es seguro es
que durante años, la fosa fue visitada por los parientes, aunque pasados
los años y a causa de las variaciones en las lindes, el lugar se haya
perdido.
Esa misma noche, según relatan los testigos, los detenidos en el
Centro, temiendo lo peor, fueron arrojando a la calle sus más valiosas
pertenencias, como relojes y otros efectos personales que sus familiares
recogían.
El día siguiente, 13 de agosto, y cuando el horror producido por la
saca del día anterior estaba en su apogeo, los asesinos sacaron a 19 de
los detenidos en dos tandas y los mataron. (...)
Unas horas más tarde, hacia el medio día, a plena luz y en el centro del
pueblo, tenía lugar la más terrible de las sacas: a manos de un grupo
de falangistas armados, entre los que había vecinos de Urueña, trece
personas fueron obligadas a subir al camión con las manos atadas.
Esta
vez entre los vecinos iban seis mujeres entre las que se encontraban las
madres de los tres hombres huidos: el alcalde Olivio Ramos Montero, su
hermano y Arturo del Barrio, a quienes no habían podido capturar. Se
cumplía así la más vil y mezquina de las directrices golpistas, aquella
nunca escrita que instaba a atacar a las madres de sus oponentes
políticos para forzar su entrega.
Estas trece personas fueron asesinadas en los alrededores de la
localidad de Villabrágima, en las cercanías de un pozo. Los vecinos del
pueblo pudieron ver claramente a las víctimas, ya que a diferencia de
las anteriores sacas, el camión de la muerte era descubierto.
Todavía a
fecha de hoy, los testigos recuerdan a aquellas mujeres, algunas muy
mayores, vestidas de negro; cuentan que lloraban, y que alguna
presentaba heridas importantes.
Como en los sucesos anteriores, las víctimas fueron obligadas a
bajarse del camión. La situación de pánico era tal que no se tenían en
pie, por lo que se sentaron en el borde de la carretera mientras
esperaban su fusilamiento. Esta escena espantosa ha sido relatada de
igual forma por varios testigos de la época, quienes no han podido
olvidarla. (...)
Además de los asesinados en estas tres sacas, hubo otras víctimas,
como el alcalde Olivio Ramos Montero, quien fue finalmente capturado y
conducido a la cárcel de Toro. Esto ocurrió el día 14 de septiembre. El
alcalde, hombre cultivado y que había viajado mucho, había resistido en
campo abierto casi dos meses.
En la mañana del día 15, Olivio Ramos apareció ahorcado en su celda.
Fue enterrado en Toro. Su padre, que fue a reconocer el cuerpo, contó
que estaba agotado y enflaquecido, con unas barbas largas y enredadas y
los pies cubiertos por pieles de conejo sin curtir.
Su hermano Juan Luis, que había logrado llegar a Madrid, fue
capturado más tarde.
Por fin lo fusilaron en Valladolid, en San Isidro,
en el año 1941.
Como se ve, esta familia fue prácticamente exterminada, pues la madre y
hermana de ambos habían sido paseadas.
En Urueña actuó una patrulla de falangistas desconocidos, comandados
por un asturiano sanguinario y feroz; con esta patrulla actuaron desde
el primer momento codo con codo varios vecinos de Urueña, derechistas
unos, asesinos y delincuentes otros, que colaboraron en la elaboración
de las listas de víctimas, en las detenciones, malos tratos y asesinatos
de sus propios vecinos y vecinas.
Alguno de ellos tenía cuentas
pendientes con los dirigentes del Centro Obrero, cuentas que se saldaron
con asesinatos.
El cura del pueblo, llamado Dionisio, no aceptaba de ninguna manera
los asesinatos y se llegó a encarar con los asesinos, que lo agredieron y
lo arrojaron por unas escaleras. Tampoco el nuevo alcalde, nombrado por
los golpistas, aceptó la lista de los vecinos señalados para morir,
aunque su protesta no sirvió de nada. La única autoridad reconocida era la guardia civil, con quien los agresores actuaron de acuerdo.
Tras las sacas se produjeron requisas y robos descarados. Los grupos
entraban en las casas de la gente con las armas en la mano y revolvían
los enseres con la excusa de realizar registros en busca de armas.
A su
capricho destrozaban todo y se llevaban lo que les apetecía. Tan graves
fueron los saqueos que años más tarde se produjeron juicios contra los
saqueadores.
A la familia del alcalde le quitaron las tierras, los animales, la
cosecha y todos los objetos, desde los más valiosos hasta las ropas. La
casa quedó desmantelada y los tres niños supervivientes fueron
maltratados, obligados a beber ricino, y al mayor, de trece años, le
llegaron a hacer un simulacro de fusilamiento.
Se produjeron también cortes de pelo a mujeres y abusos sobre los
familiares de las víctimas, que intentaron escapar del pueblo y se
marcharon en cuanto tuvieron oportunidad.
Tuvieron
que abandonar la escuela a causa de las humillaciones, malos tratos y
abusos que sufrían, y fueron perseguidos sin cuartel, hasta el punto de
que no se atrevían a salir de casa.
Los que no pudieron salir del pueblo
estuvieron vigilados hasta que fueron adultos, y algunos, obligados a
comunicar a la guardia civil cualquier desplazamiento hasta los años 60." (wwwrepresionfranquistavalladolid.org, 29/04/2012)
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