"—¿Es Can Mir un símbolo de la represión fascista?
— Sin duda, yo lo pondría al mismo nivel que Illetes y Bellver. El caso de la cárcel de Can Salas también es digno de estudio, aunque sin la existencia de ´sacas´. La verdad es que el tema me ha absorbido emocionalmente, porque mientras escribía era consciente de que muchas personas me hacían depositario de sus historias.
Y me impresionaba que gente de distintos lugares que ni se conocían, coincidiesen punto por punto en sus relatos.
—¿Somos conscientes los mallorquines de lo que sucedió allí?
— Se sabía que allí pasaba algo que no estaba bien, pero, en general, a nivel social sigue habiendo un gran desconocimiento. Hablamos con horror de los campos nazis, y lo mismo pasaba en las avenidas de Palma.
Hay que tener en cuenta que muchos presos quisieron ocultarlo todo a sus familias para intentar olvidar, pero también para protegerlas. Haber estado encarcelado por rojo era una gran mancha social para sus familiares, y a eso hay que añadir que habían estado sometidos a una enorme presión psicológica, conviviendo en un metro cuadrado por persona durante años y prácticamente a oscuras.
Un preso, al salir de Can Mir no quiso hablar de nada con nadie y lo primero que hizo al llegar a casa fue abrir la jaula de su jilguero. Curiosamente, el jilguero no quiso salir. (...)
—¿Le ha impresionado conocer la organización interna que llegaron a tener los presos?
—Me ha impresionado su voluntad de mantener la dignidad y de luchar contra el abandono personal en el que podían caer, aunque hubo muchos casos de presos que ingresaron en el manicomio. También me impacta su solidaridad a la hora de crear un fondo económico para ayudar a las familias de los ejecutados.
En las cartas ´oficiales´ que enviaban prácticamente no podían decir nada, pero se las ingeniaban para escribir papelitos y esconderlos en la ropa o en el doble fondo de una cesta. Escribiendo lograban evadirse y no sucumbir, pero al mismo tiempo, evitaban contar la realidad de la prisión para no preocupar a la familia.
—¿Hasta qué punto tuvieron que humillarse algunos familiares para hacer llegar comida o cartas a un preso?
—Se dieron escenas de abusos de soldados a mujeres de presos y casos, que siempre se han comentado, de contraprestaciones sexuales para lograr algún favor. Existió además una doble represión a algunas mujeres que después de perder a su marido se encontraron con el rechazo de los padres y familiares de éste.
Conozco varios casos de mujeres obligadas a prostituirse, es decir, condenadas a ser violadas de forma sistemática. Aunque también es verdad que había soldados de Can Mir que decidían colaborar al ver la situación de los presos y eran más permisivos.
Tenemos el caso del primer director de la cárcel, Toni Cañellas, que reivindicaba un trato más humano para los presos y protestó por algunas ´sacas´. Finalmente, lo encarcelaron tras una denuncia por haber dejado entrar una niña. (...)
—Y a partir de Can Mir comenzó a interesarse por las ´sacas´ y los juicios franquistas.
—No, lo primero de todo que me interesó fue el tema de las ´sacas´ y las ejecuciones, porque me obsesionaba saber qué puede pasar por el cerebro de una persona que hace algo así. Pero finalmente opté por dedicar el libro completamente a los presos e ignorar a los asesinos.
Considero, y esta es la única parte subjetiva del libro, que no pueden estar al mismo nivel unos que otros. Quise explicar como se entraba en Can Mir, cómo se vivía (salud, alimentación, ocio...), y cómo se salía. (...)
—El terror de los presos eran las listas de ´liberados´.
—Casi cada día entraba un falangista con la lista en la mano, y su crueldad era tal que, por ejemplo, caminaba hacia un preso como si fuera el elegido y después daba media vuelta. O decía "Antonio..." y se quedaba en silencio mientras todos los ´antonios´ quedaban aterrorizados.
A un preso, Jaume Pellicer, lo salvó un conocido suyo, el comandante Feliu. Lo bajaron del camión con los ojos vendados y cuando le quitaron el pañuelo frente a él había dos hombres muertos, uno de ellos crucificado y destripado.
—Al narrar esos desastres uno se pregunta, ¿Cómo es posible llegar a esto?
— Paul Preston explica que revisando los discursos de la derecha y la Iglesia reaccionaria de aquella época se entiende que se consiguió que una parte de la sociedad dejara de ver a los de izquierdas como personas. Y el paso siguiente era eliminarlos.
Can Mir es la historia de una infamia y una tragedia, y por esta razón se debe conocer, se tendría que explicar en los institutos. Ni una sola de las familias que he entrevistado pide venganza ni revisiones, sólo quieren recuperar la dignidad pública de sus familiares.
¿Cómo podemos entender que la única placa que recuerda Can Mir esté justo al lado de la placa del principal financiador de la represión: Joan March? ¿Qué podemos pensar cuando vemos que el Rey acude a los homenajes de Mauthausen pero no a los España? Sólo puede explicarse como una cuestión de insensibilidad democrática. Una anomalía política.
—¿Cuándo cerró sus puertas Can Mir?
— En enero de 1941. Los presos considerados sanos fueron trasladados a Formentera. Creo que se cerró porque se consideraba que la situación estaba ´normalizada´, pero también es posible que hubiera desavenencias con el propietario por el precio del alquiler.
En unos años comenzó a funcionar la sala Augusta de cine, que ninguno de los presos supervivientes quiso pisar jamás. Se referían a ella como la sala Angustias, del mismo modo que la prisión de Can Mir fue bautizada como Hostal Tauló, al ser un antiguo almacén de maderas. " (Manuel Suárez Salvà: En las avenidas de Palma pasaba lo mismo que en los campos nazis de Alemania´, Diario de Mallorca, 06/07/2011)
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