Bromberg describe cómo soldados alemanes lanzaban una hogaza de pan a los hambrientos internos de un campo para fotografiarlos peleándose por él como entretenimiento, cómo los hombres saltaban al río para poder calmar su sed y eran fusilados desde las orillas por los soldados o cómo los convictos comunes de las prisiones eran transferidos a los campos de concentración y empleados para hostigar a los judíos.
Las consecuencias de la agresión alemana han quedado marcadas a fuego en la memoria colectiva bielorrusa. De los nueve millones de habitantes que tenía el país en 1941, 2'2 millones no sobrevivieron a la guerra; la mayoría de las ciudades fueron destruidas prácticamente hasta los cimientos; ardieron junto con sus habitantes más de 9.000 pueblos y aldeas de los que no ha quedado ningún rastro.
No hay ninguna familia en el país que escapase de la guerra, afirma el embajador de la República de Bielorrusia en Alemania, Andrei Giro, en un acto conmemorativo en Berlín.
Giro recuerda la enorme tarea que supone superar el comprensible e indiscriminado odio hacia los alemanes. Precisamente porque no se puede juzgar a los alemanes en abstracto, porque los millones de habitantes de Bielorrusia hubieron de enfrentarse en las zonas ocupadas durante mucho tiempo al comportamiento y las costumbres de los soldados alemanes, ha sido tan difícil no identificar aquellos sucesos con el conjunto del pueblo alemán.
En Bielorrusia, aunque muchos judíos vivían en el país, los presos de guerra soviéticos fueron el mayor grupo de víctimas: se los fusilaba, en público, ante los ojos de la población civil." (' 70 años de la operación Barbarossa en Minsk', de Ulrike Baureithel , Sin Permiso, 03/07/2011)
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