"En los últimos años, los debates sobre la memoria
han cobrado gran significancia en la esfera pública.
La memoria del
horror, en tanto que una propuesta de relectura moral de nuestro pasado
reciente, pasó a ser un leitmotiv en la reflexión política de
la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI; hasta tal punto que,
como considerara el sociólogo e historiador norteamericano John Torpey
(en Politics and the Past: On Repairing Historical Injustices,
2003), el auge de la preocupación con la memoria se ha convertido en un
fenómeno que ha suplantado, en la política contemporánea, a los modos
visionarios de imaginarnos el futuro.
Si en parte esta condición puede relacionarse con el hecho de que la
propia idea de progreso acabó convirtiéndose en una constatación del
fracaso de la apuesta civilizatoria de la época moderna, no es por ello
menos plausible argumentar que, precisamente ante ese desencanto, el
trabajo de la memoria puede ayudarnos a poner en primer plano la figura
de la víctima y hacer de la empatía, o la capacidad de ponerse en el
lugar del otro, el centro de una reflexión moral sobre lo que todavía
queda en nosotros de ese pasado y, sobre todo, sobre cómo debemos
posicionarnos ante él. Así, como argumenta la socióloga argentina
Elizabeth Jelín, “hablar de memoria significa hablar del presente.
La
memoria no es hablar del pasado, sino la manera en que los sujetos
construyen un sentido del pasado en su enlace (…) con el presente y un
futuro deseado”.
En este contexto, la proliferación de los estudios académicos sobre
la memoria colectiva o pública, la multiplicación de las fechas de
conmemoración en el calendario, la creciente inauguración de museos de
memoria y lugares de conciencia en el mundo entero, han convertido,
queramos o no, la cuestión de la memoria en una parte nada trivial de
nuestra agenda ciudadana, de nuestras reivindicaciones políticas y de la
producción cultural de nuestro tiempo.
Y esta realidad, qué duda cabe,
se convierte en una excelente oportunidad para llevar a un público
amplio un trabajo introductorio de reflexión colectiva sobre el tema y
proporcionar “instrumentos analíticos” pensados para ayudar a orientarse
a aquellos que quieran profundizar un poco más sobre la cuestión.
Es así como el Diccionario de la memoria colectiva, dirigido por el catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes,
se convierte en un proyecto tan oportuno y actual como ambicioso.
Ambicioso, porque el desafío no es trivial. Efectivamente, como reflejo
de esta efervescencia de la memoria, se trata de un trabajo que,
coordinado entre América y Europa, comenzó en 2010 para ser concluido
solo en 2017.
El resultado final es un volumen de 600 páginas que cuenta
con un total de 272 artículos, realizados por 187 autores, acompañados
por ocho anexos con carácter geográfico que pretenden ayudar al lector a
identificar algunas referencias transversales. El volumen recoge,
además, una colección de 43 imágenes y un listado de 19 películas.
Concebido en la intersección entre trabajo académico y la gestión
cultural —no en vano, Vinyes fue presidente de la Comisión Redactora del
Proyecto del Memorial Democràtic en 2005 y miembro de la Comisión de
Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos
en 2011—, el volumen apuesta por adoptar un enfoque transdisciplinar,
que busca reflejar la complejidad o riqueza con la que se ha abordado
durante las últimas décadas el trabajo de la memoria.
El formato, tal
vez, sea lo que más llama la atención; y es que, si un diccionario evoca
la imagen de un libro que, siguiendo un orden alfabético, define o
explica, una a una, las palabras y expresiones que conforman una
determinada lengua o materia, como Vinyes nos advierte, no hay en la
obra pretensión de exhaustividad, sino que la idea es “proponer una
aproximación taxonómica para responder a la necesidad universal de
ordenar para pensar mejor”.
Comenzando con la imagen de El abrazo, cuadro realizado por Juan Genovés en 1976 y actualmente ubicado en el Congreso de los Diputados, el volumen abarca una cantidad de conceptos nada desdeñable: si la memoria del nazismo
y de la represión soviética ocupa una parte importante del conjunto de
las entradas, también se desarrolla con cierta profundidad la memoria de
las dictaduras del Cono Sur latinoamericano, o algunos de los conceptos
clave de la justicia transicional (como las comisiones de la verdad,
los juicios, la reparación o la reconciliación) y el marco del derecho
penal internacional (la justicia universal, el genocidio, la corte penal
internacional, los crímenes de lesa humanidad).
Igualmente hay entradas
temáticas que abarcan cuestiones como el arte, el cómic, la fotografía o
el cuerpo; y otras que desarrollan algunos episodios históricos (el bombardeo de Dresde, el discurso de Allende en el palacio de la Moneda, la imagen de los atletas afroamericanos alzando el puño en los Juegos Olímpicos de 1968, la caída del muro de Berlín y el golpe de Estado del 23-F).
Finalmente, y como no podía ser de otra manera, están también aquellas
entradas que tienen que ver de forma directa con el estudio de la
memoria y su gestión cultural abordando debates y polémicas actuales
como la proliferación del tanatoturismo, o los fenómenos del
revisionismo y el negacionismo.
Pero volviendo al formato, cabe preguntarse si un diccionario era la
mejor fórmula para llevar a cabo esta labor de identificar, describir y
analizar conceptos; y es que, aunque soy consciente de que es injusto
plantear los vacíos de los que puede adolecer un trabajo que no pretende
ser completo (a pesar de ser un diccionario), sí me preocupa cierta
tendencia que acusa de cristalizar una visión parcial de lo que puede
ser nuestro vocabulario de términos cuando hablamos de memoria
colectiva.
Así, queda patente al adoptar una visión sobre el conjunto el poco
espacio que ocupan las experiencias de Asia, África y Oceanía, más
cuando consideramos que mucho del trabajo sobre memoria se ha
construido, precisamente, desde allí. Reconociendo esta carencia, se
incluyen en los apéndices dos artículos que elaboran un recorrido por la
evolución de la memoria pública en Asia y África (si bien, están
escritos por autores europeos).
Pero es cierto que al ubicar la
experiencia de los países asiáticos y africanos en el anexo, y no
hacerles un lugar en el cuerpo del diccionario, el trabajo ha perdido
una excelente oportunidad para hacer una afirmación sobre la necesidad
de incorporar, de una vez por todas, en el “canon” de nuestro ideario
colectivo sobre el horror el cementerio de los negros nuevos en el Cais
do Valongo de Río de Janeiro, los campos de la muerte de Pol Pot, la ocupación indonesia de Timor del Este, la colonización y el expolio europeos, el genocidio tutsi, las generaciones robadas en Australia, la guerra de liberación de Bangladés, la memoria de “las mujeres de consuelo en China y el sureste asiático, el uso sistemático de niños soldados en las guerras de Sierra Leona y Liberia, los campos de concentración de Namibia, o los universos de pensamiento de Valentin Yves Mudimbe y de Frantz Fanon.
Y es que el problema de la memoria no es sólo lo que se recuerda y
cómo se recuerda, sino, muchas veces, más bien, lo que se olvida.
Diccionario de la memoria colectiva. Ricard Vinyes (director). Gedisa, 2018. 608 páginas. 45,90 euros.
( Clara Ramírez-Barat es directora del Programa de Políticas Educativas del Auschwitz Institute for Peace and Reconciliation. Clara Ramírez-Barat, El País, 08/11/18)
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