"(...) El estremecedor relato de Enesida García Suárez, hija de 2 de los
asesinados. sobrecoge porque transmite contundentemente, el miedo y la
desesperación de las mujeres, niñas y niños que vivían en un temor
continuo por ser familiares de quienes habían luchado en una guerra
perdida. La historia de la familia de Enesida es una más entre las
historias de las familias afectadas que dieron lugar a la fosa común del
cementerio de Tiraña, en el concejo de Laviana (Asturias).
El 21 de octubre de 1937 los franquistas entraron en Asturias,
demostrando su poder, fuerza e instinto de matar. Confeccionaron una
larga lista de personas afines a la República Española. Enesida vivía
con sus padres y 4 hermanos (tenían 17, 14, 11, 8 y 3 años) en La
Arbeya, parroquia Tiraña, concejo Laviana.
Desde entonces la vida fue
una tortura. Los falangistas, vagos, maleantes, asesinos, como toda la
camarilla franquista, no les dejaron en paz ni de día ni de noche.
Buscaban a sus tíos que habían huido al monte, pero la persecución
continuó contra la familia, a la que visitaban a diario, casi siempre se
llevaban algo que encontraban de valor, su padre pagando multas sin
tener fondos para mantener a vagos.
El 21 de abril del 38 los mismos franquistas mataron a un infeliz
soldado. Al día siguiente aseguraron que fueron los del monte. Arrancó
la “venganza”. Los militares fueron a la casa de Enesida, los muy
cobardes maltrataron a 4 criaturas, abusaron de la madre, una pobre
mujer completamente inocente, y la cubrieron a latigazos.
Tras un par de
horas se la llevaron, los niños quedaron llorando, la madre con las
ropas ensangrentadas les decía «ay, hijinos, qué me harán, me dan ganas
de marchar por donde no me vean». Durante media hora se escucharon
disparos, decía Enesida que para matar a una indefensa mujer emplearon
tanta munición como para matar un ejército.
Tras asesinarla, los criminales, cobardes, asesinos la dejaron en medio de un camino. La habían destrozado la cara a tiros.
Su cuerpo mostraba el ensañamiento, la paliza ¿qué os hizo esa pobre
madre, no vieron que dejaba los hijos sin criar? No permitieron hacerle
entierro, unos hombres la bajaron al cementerio. El mismo día fuerzas
civiles y militares franquistas llevaron a cabo una serie de arrestos,
en las casas, en la bocamina, a la salida de cada turno de trabajo.
La
sede de falange, situada en el centro del pueblo hizo las veces de
cuartelillo para quienes iban llegando «a declarar». Muchos fueron
torturados en aquellas horas de espera, hasta el momento en que los
condujeron, atados, al cementerio.
Allí fueron fusilados el padre de Enesida junto con otros once, 2 de
ellos mujeres. Los echaron a todos a una fosa en el cementerio de San
Pedro, no sin antes registrarlos para quitarles lo que traían de valor.
Después arrojaron a la fosa el cadaver de la madre de Enesida. Allí
descansan, junto a los de Celestino García y Virginia Suárez (progenitores de Enesida), los restos de José Casorra, Avelino Cepeda, Sara Corte, Alfredo González, Juan Iglesias, Benito Martínez, Tomás Montes, Pedro Pedrezuela, Baldomero Suárez, Selina Valles, y Alfredo Vigón.
Una acción violenta que en pocas horas impactó en 12 familias dejando
huérfanos a 35-40 personas. Tuvo una fuerza ejemplarizante de largo
alcance, muy rentable en términos de control social. La represión hizo
muy bien su trabajo, generó tanto miedo que impuso un silencio atronador
durante décadas afectando al comportamiento individual, y también al
colectivo.
El bando vencedor sentó las bases del nuevo régimen
franquista mediante prácticas represivas, amenazas, detenciones,
palizas, violaciones, robos, persecuciones, fusilamientos, etc,
generando consecuencias traumáticas de largo alcance.
Los franquistas sometieron a martirio a los hermanos durante los 4
años siguientes. Los continuos arrestos de la hermana mayor Isabel, con
17 años, se prolongaban durante días. Por fin la detuvieron el 1 de
septiembre de 1942 en la cárcel de Laviana, incomunicada hasta que la
sacaron a Rioseco donde estuvo 2 días, lo suficiente para que el
criminal y degenerado capitán Bravo hiciera de ella lo que le vino en
gana. La violó, le dio palos hasta dejarle el cuerpo negro, le quemó los
pechos y algunas partes más del cuerpo, y le pidió una pistola.
Cuando Isabel recobró el conocimiento tras bastante tiempo
inconsciente y se vio cómo estaba, le dijo: «sí, tengo la pistola,
suélteme que voy a buscarla». Se fue a Barredos, a casa de la abuela
paterna. Con el cuerpo destrozado por las palizas, Isabel
escribió, como lo hizo Enesida después, poniendo nombre a los verdugos,
despidiéndose de sus hermanas y hermanos.
Una de las cartas la escribió
al capitán diciéndole que ponía fin a su vida por no volver a sus
manos, le dijo que tenía la pistola para verse libre y hacer lo que iba a
hacer. Sus cartas nunca fueron encontradas, los franquistas las
hicieron desaparecer. Fue inútil, la memoria de Isabel vivió en su
hermana. (...)" (Documentalismo Memorialista y Republicano, 11/10/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario